Emoción. Nervios. Pasión. Esa sensación que te invade entero cuando sabes que vas a salir a darlo todo. Cuando oyes los gritos de los fans al pisar el campo y te sientes arropado, con fuerza para enfrentarte a todo lo que se te ponga por delante. Por eso, juegas poniendo toda tu alma para que la victoria sepa aún mejor. Y justo cuando crees que sólo puedes seguir subiendo, te chocas de bruces con la realidad: podría compararse con un partido que empiezas jugando al 200% pero a lo que te das cuenta se ha convertido en un mal sueño, que quieres controlar pero no puedes. Y prácticamente te quedas mirando como el equipo rival marca su primer gol, recortando la ventaja que habías conseguido. El encuentro sigue, pero empiezas a fallar al recordar todos esos rumores que están esparciendo por ahí, en un intento de desacreditarte como jugador y como persona: “¿Cómo es que un chico tan guapo y tan buen jugador no sale con una modelo o actriz que este cañón?” “Muchos a tu edad ya tienen hijos” “Igual no es tan buena persona como parece”. “Seguro que oculta algo” “Se ha ganado el puesto haciendo trabajos para los mandamás”. Lo niegas, como si justificaras ante un árbitro que no te va a escuchar, que lo que acabas de hacer no es falta, pero no es suficiente porque el delantero chuta y marca de nuevo. Ese tanto que se te atraganta y te pone más presión. Y llega un momento que te ahogas, temes que sigan investigando y sacando tus “trapos sucios” pero sobre todo tienes miedo a que hagan daño a tus seres queridos. Por eso sigues jugando, aunque te cueste cada vez más, porque fingir ser alguien que no eres es agotador y al final todo pasa factura. Los fans que antes coreaban tu nombre con orgullo ahora pitan, odiosos y tú solo quieres desaparecer de una vez, que acabe la pesadilla en la que te han envuelto sin realmente buscarlo.
El tercer gol, uno que suena a sentencia final de todo el equipo, llega tras una encadenación de errores que pesan sobre tí. El entrenador se da cuenta y te grita desde el banquillo: “¡Espabila Michael!”. Pero sabes que ya estás acabado cuando tu sustituto está preparado y encantado de saltar al campo en tu lugar. Tus compañeros, ahora aliados con los monstruos que te destruyen, no te pasan el balón arrasando con todas las oportunidades que te quedaban de arreglar la situación. Y después de tanto tiempo, no puedes con el cansancio acumulado de jugar un partido eterno contra tí mismo y todos los que te quieren ver hundido. Así que dejas que te arrastre hasta el pitido final y explotas, dices lo que ya no puedes callar más: los secretos salen a la luz, los rumores se hacen verdad y los: "Estoy saliendo con un chico ¿y que pasa si me gustan ellos también?", que traen consigo el desenlace que tanto ansiabas pero también las consecuencias que, inevitablemente siempre acompañan a todas las decisiones que tomas.
Instagram, Twitter, Facebook,...Todo se llena de insultos y odio. Mensajes en los que te llaman traidor es lo más leve que puedes leer. Y no puedes soportarlo. Es demasiado. Te cuesta empaquetar tus cosas para volver a casa, pierdes el apetito y el insomnio se convierte en tu mejor amigo todas las noches. Y al final acabas tomando unas pastillas que casi te hacen más mal que bien porque no puedes seguir adelante por ti mismo.
Pero a pesar de todo el dolor, sabes que no siempre fue malo. Los buenos recuerdos asaltan tu mente mientras abres esa caja que siempre se quedaba al fondo del trastero acumulando polvo. Esta vez lloras, pero de alegría, mientras revisas todas las camisetas que intercambiaste con tus rivales, como símbolo de deportividad y respeto por otros jugadores. Y en ese momento, vuelves a sentir las ganas y la emoción de jugar un partido, las alegrías por las victorias pero también las pequeñas decepciones cuando no conseguías lo que querías. Un sentimiento cálido se instala en tu pecho, un orgullo creciente por haber contribuído a mejorar este maravilloso deporte. Porque ahora, unos años después, todo es diferente pero a la vez la esencia, la pasión que mueve a las personas a practicarlo y vivirlo sigue en sus corazones….